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Adiós X (por siempre Twitter)

por Xurxo Torres

Hace unos días cerramos la cuenta oficial de Torres y Carrera en X (antes Twitter). La parte operativa fue relativamente fácil. Eso hay que reconocerlo: la permanencia soterrada no forma parte de sus nuevas reglas de juego. Lo que resultó más difícil fue la decisión institucional. Como empresa de comunicación una parte muy relevante de nuestra actividad—y de los servicios que prestamos a clientes—está relacionada con las redes sociales. Así que tomar una decisión pública de este calado cuesta. No es fácil ni gratuita. 

Las redes sociales han dibujado (lo siguen haciendo) buena parte de nuestras relaciones durante las dos últimas décadas. Lo han hecho en el contenido: personal o profesional. Lo han hecho en lo afectivo: familia, amigos reales y amigos digitales. Lo han hecho en el relato: político, social y económico. Claro que ha habido perturbaciones. Mucha guerra cultural. Mucha cancelación. Pero siempre se ha mantenido una suerte de equilibrio que nos ha permitido transitar por ellas y convivir en ellas.

Sin embargo, la deriva demagógica de X bajo la propiedad de Elon Musk es inaceptable. Sin paliativos. Ni seguidores. Ni inmediatez. Ni libertad de expresión. Ni siquiera la inercia de años como usuario. A título particular, como ciudadano privado dejé Twitter en 2022, tan pronto se anunció la intención de compra de la red social por el “hombre más rico del mundo”. Tuve el pálpito de que el entrañable pajarito azul tocaba a su fin. Han tenido que pasar dos años para que aquella decisión individual se tornara en decisión corporativa. Dos años de envilecimiento algorítmico. Dos años en los que el trino (Twitter) que dio nombre a la red, se convirtiera en graznido pornográfico (X). Dos años hasta que, como empresa, decidimos dejar ese entorno, para nosotros, tóxico.

Como es obvio, asumimos todo el derecho que tiene el señor Musk de hacer con su red social lo que le plazca. De eso va el libre mercado. También es cierto que debiera hacerlo en un marco regulado porque de eso va la democracia representativa. Por ahora. 

 

“Las redes sociales han dibujado (lo siguen haciendo) buena parte de nuestras relaciones durante las dos últimas décadas. Lo han hecho en el contenido: personal o profesional. Lo han hecho en lo afectivo: familia, amigos reales y amigos digitales. Lo han hecho en el relato: político, social y económico. Claro que ha habido perturbaciones. Mucha guerra cultural. Mucha cancelación. Pero siempre se ha mantenido una suerte de equilibrio que nos ha permitido transitar por ellas y convivir en ellas”.

 

Derechos. Deberes. Cuando creamos Torres y Carrera en 2003 lo hicimos con una visión: intentar mejorar con nuestra actividad el entorno en el que operamos. Hoy suena casi ingenuo. Da igual. Lo seguimos defendiendo como mantra fundacional. Así es como en conciencia llegamos a la conclusión de que no podíamos seguir funcionando en una red social que bajo el argumento de defender la libertad de expresión ha abierto las compuertas a la negación de la base científica, los hechos contrastados, los datos objetivos y al diálogo constructivo. En fin, de todo aquello que conforma la verdad.

La verdad. Pedazo melón acabo de abrir. Vamos sin frenos. La verdad la hemos sacrificado en el altar de una falsa libertad de expresión. Es falso que todos podamos decir lo que nos dé la gana cuando nos venga en gana. Especialmente si lo que decimos incita al odio, a la agresión, al delito. Eso no es libertad, es demagogia criminal y epistemológicamente ni siquiera transitan por las mismas vías. 

En marzo de 2020, el presidente de los Estados Unidos de América invitó a sus ciudadanos a tomar “lejía” como remedio infalible contra el Covid. Aquella recomendación supuso, para nosotros, un punto de inflexión. Entendimos que para comunicar de manera ética y eficaz en el siglo XXI necesitábamos sumergirnos en el mundo de la mentira: entender su génesis, su aterrizaje, su progresión.

Ese mismo año iniciamos con la Facultad de Ciencias de la Información de la UCM un proceso investigador que aún hoy permanece abierto. En aquel periodo 2020-2023 nos dio para desarrollar tres iniciativas: Proyecto Culebras, La realidad deformada y Al norte por la verdad. Fue como un seguimiento por tierra, mar y aire de la mentira y el bulo. Sería complejo y engorroso entrar en detalle en cada uno de esos trabajos. Podemos rescatar un denominador común: el papel crucial de las redes sociales y de los sistemas de mensajería en la creación y viralización de las denominadas “Fake News”. 

Las redes aportan una socialización potencial incuestionable y positiva. También generan campos de energía negativos, donde es posible encontrar todo tipo de mal sin mucho esfuerzo. Ahora bien, ¿es una definición general? Aquí, surge un problema. X no es la única red social susceptible de generar el estado de sitio en el que se encuentra la verdad contemporánea. Por ahora, es el epítome que resume la deformación que puede afectar a estas plataformas. Porque potencialmente todas las redes son susceptibles de reproducir esta secuencia de acción y reacción. Todas. Sin excepción. No lo han hecho. O, al menos, no con la intensidad de X.

Por consiguiente, ¿tenemos que salirnos de todas las redes sociales? Por supuesto que no. Pero qué menos que estar alerta, qué menos que ser ciudadanos y organizaciones responsables, qué menos que defender la máxima del equilibrio democrático: derecho, deberes. Eso sí que no debe ser objeto de debate. 

 

“La verdad la hemos sacrificado en el altar de una falsa libertad de expresión. Es falso que todos podamos decir lo que nos dé la gana cuando nos venga en gana. Especialmente si lo que decimos incita al odio, a la agresión, al delito. Eso no es libertad, es demagogia criminal y epistemológicamente ni siquiera transitan por las mismas vías”

 

Da pena decirlo, pero «la corta ráfaga de información intrascendente» de la que habló uno de los fundadores de Twitter en su lanzamiento, se ha convertido en punto de encuentro de todo tipo de antagónicos. De la declaración más oficial posible a la conjura de todas las necedades. De la verdad con más boato a la mentira más insidiosa. De la sacrosanta libertad de expresión a la acusación más rastrera.

La pregunta que tenemos que formularnos al final de todo es ¿merece la pena? Pero, de verdad ¿merece la pena? ¿Tirar todo nuestro yo pensante en favor del ardor del yo diciente? Porque eso es lo que venimos haciendo desde hace años. Suponer que todo lo que tenemos que decir es “súper” importante. Tanto que, llegado el momento, nos da igual estar rodeados de inmundicia moral, con tal de poder seguir diciendo.

El presidente de la “lejía” vuelve a ser presidente de los Estados Unidos de América cuatro años después. A su flanco, Elon Musk se encargará de adelgazar el sistema democrático de derechos y deberes con la proclama anarco liberal de que no hay mejor regulación que la que ejerce uno mismo sobre uno mismo. Será un éxito seguro para el despiporre final de la autorregulación. Especialmente para la autorregulación en tiempos de Inteligencia Artificial.

¿Cómo hemos llegado a este punto? Por una parte, tenemos a la tecnología de la información que crece de manera exponencial. Por otra, nos encontramos con una sociedad que ha pasado de la comodidad al cansancio, del cansancio al abandono y, por fin, del abandono a la inercia de “a ver qué pasa”. Una sociedad inerte que confunde decir con actuar, estar con pensar. 

De tanto decir nos olvidamos del individuo, del ser que dice. Esto es, todos y cada uno de nosotros. Hasta que, al fin, enganchados en la futilidad del clic, nos olvidamos de pensar. Y eso es el fin de la vida con sentido. Y eso—suspiro contenido—es la intrascendencia.

La noticia no estriba en que Torres y Carrera decida cerrar su cuenta oficial de X sino en que una empresa de comunicación decida que no hace falta estar en cualquier canal a cualquier precio. La noticia es que el decir por decir puede ser nocivo para la salud comunicativa de una empresa mientras que el activismo de la pausa, el activismo del silencio puede tener efectos atronadores. Especialmente en un tiempo donde todos gritan.

 


Xurxo Torres (Linkedin) es socio y director general de Torres y Carrera, agencia de referencia en espñaa y LATAM dentro del territorio de la comunicación y las relaciones públicas. Licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid, cuenta con 35 años de experiencia profesional. Como periodista trabajó en medios como Atlántico Diario, RNE, Diario 16 de Galicia, TVE y La Voz de Galicia. Como consultor formó parte de los equipos directivos de LLYC y de Sanchis & Asociados. En 2003 crea junto a Paula Carrera su propia consultora: Torres y Carrera, que actualmente sigue dirigiendo. Es uno de los profesionales más premiados del sector y ha liderado diversos proyectos de investigación sobre temas como el impacto de la comunicación en el tejido productivo, el alcance de la revolución digital en los procesos de relación social o la génesis y desarrollo de los bulos. Como escritor tiene tres novelas publicadas (‘La noche americana’, ‘La niña del Mundo’ y ‘El Horizonte de la Reina’, ésta última coescrita con el periodista vigués Alberto Alonso) y tres libros de divulgación: ‘Comunicación y competitividad’, ‘En tiempo de dragones’ y el más reciente, ‘Un mundo de mentira’