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Salir de la caja o entrar en la caja

por Xurxo Torres

La reflexión no es mía, pero la comparto como punto de partida de la impostura de la usurpación cultural: “La caja es el hecho de estar en la propia condición social, histórica, psíquica: todo aquello que hace que uno sea uno mismo y que este “uno mismo” esté terriblemente limitado, determinado y bajo detención domiciliaria. El trabajo de la vida consiste en intentar despegarse un poco de todo esto, tener una mirada algo más elevada sobre el mundo y la vida”.

La reflexión es de Emmanuel Carrere, Premio Princesa de Asturias de las Letras 2021. Carrere es un referente de la intelectualidad europea, descendiente de aristócratas rusos refugiados en París durante la revolución bolchevique, hablador de mil lenguas y vividor de no menos culturas, embajador de la Francia más preparada y más culta que es casi como decir vanguardia del acerbo europeo. En fin, Carrere es la hostia.

Lo de la usurpación cultural es claro: lo único que me acerca a este exégeta del conocimiento es nuestra condición de hombres, blancos y occidentales. Eso en la parte del privilegio. En lo demás, nada que ver. Yo soy un negro de Chapela. Donde él es la hostia, yo soy media hostia. Pero con aspiraciones cognitivas.

En realidad, todo tiene que ver con la caja que nos delimita. Creo que, en general, todos estamos más acostumbrados a referirnos a ese espacio de falso confort como burbuja. Pero si Carrere, dice caja, pues caja es. La caja que nos hace más pequeños yo la interpreto como un objeto rectangular de unos diez centímetros de largo por cuatro de ancho y medio de fondo. Esto es, el equivalente a un Iphone.

Esa pequeña caja domina nuestra visión del mundo. En sentido literal y metafórico. Ya no contemplamos el mundo con el gran angular de nuestra mirada limpia de artilugios. Lo interpretamos a través de esa pequeña caja que, a su vez, despliega cajas más pequeñas que nos encaminan hacia la mayor de las irrelevancias.

Resulta tremendo comprobar que hemos abandonado la lucha por salir de la caja. Peor todavía, nos hemos acurrucado en posición fetal y hemos dejado que la caja se haga más y más pequeña para amplificar una vana sensación de seguridad. 

Sí, nos hemos hecho pequeños. Más pequeños a cada momento que pasa. Lo hemos hecho por miedo, por cansancio, por comodidad. En realidad, en este caso importa más la consecuencia que el motivo. Motivos ha habido muchos. ¿Consecuencia? Una, pero demoledora: nos hemos hecho una sociedad tonta. Lo repito: Tonta.

Una sociedad tonta que repite los mismos errores -una y otra vez- con la pulsión absurda de que con esa repetición podrá encontrar una respuesta diferente. Una sociedad tonta que, ante la imposibilidad de cambiar los escenarios, decide cambiar ella misma en el ejercicio de mengua mental y racional que ya he mencionado. Una sociedad tonta dispuesta a sacrificar la verdad basada en hechos científicos en el improbable altar de la mentira redentora. Y a eso, ahora, le llamamos felicidad. Y ya nos va bien.

Para quien no lo haya pillado todavía, estoy haciendo un relato sobre un relato. El primigenio, la historia que me interesa vender es la de mi libro. Un mundo de mentira, editado por Grupo 2000 de Planeta. El otro, el que me ocupa en esta sucesión de palabras y conceptos es el pequeño relato que debe animar la lectura del primero. En el fondo, todo viene siendo lo mismo, porque todo versa sobre si entramos o salimos de la caja.

 

“Porque salir de la caja no es solo un ejercicio de racionalización, también demanda voluntad. Nadie nos va a sacar. Es cosa de cada cual. Un proceso de desintoxicación como otro cualquiera. Solo que en lugar de decir: hola, soy Xurxo y soy alcohólico arranca con: hola, soy Xurxo y he decido pararme a pensar”

 

La mentira es una verdad antropológica. Desde tiempos sin memoria, el ser humano ha tenido que emplear subterfugios para sobrevivir. El camuflaje es una mentira. La mentira se desarrolla conforme se desarrollan nuestras capacidades sociales, nuestra sofisticación para la conectividad. Y poco a poco, se convierten en protagonista dominante del relato humano.

Siempre ha habido mentiras y mentirosos. ¿Hay más ahora? Puede ser. Ahora todo está más amplificado. Y esa puede ser parte del problema. Quiero decir que una mentira, una buena mentira, necesita de un entorno más o menos de verdad para reivindicarse. En ese contexto su floración es exuberante. Pero sin florece en un entorno donde domina la mentira, ni siquiera la buena mentira, la mentira más chabacana que nos podamos imaginar, pues eso, la mentira no luce, evoluciona a simple componente del delirio.

Para mí, ese es el verdadero problema del mundo de mentira en el que vivimos. No que haya mentiras. No que haya mentirosos. No. El verdadero problema, reside en la vocación, en la voluntad, en la querencia que mostramos como individuos y como sociedad en ser engañados, en como queremos reforzar la caja y su falso confort incorporando toda cuanta mentira concilie con nuestra manera medrosa de enfrentar la realidad.

 

Xurxo Torres acaba de presentar ‘Un mundo de mentira’ (Editorial Gestión 2000), un análisis de los códigos ocultos de la comunicación y su impacto en nuestra sociedad, revelando cómo nos hemos vuelto una sociedad tonta, cansada y mentirosa. Esta obra invita a reflexionar sobre el poder de las fake news o bulos y nos muestra su influencia en la democracia o en eventos actuales como las elecciones o la guerra de Ucrania. 

El libro sumerge al lector en un entorno tan impactante como desconocido, en el que se muestran las claves para detectar las mentiras propias y las de otros, al tiempo que se analizan las variables que explican la evolución y alcance de los bulos en redes sociales y medios de comunicación. Un texto con un triple objetivo: despertar el pensamiento crítico o al menos, la lectura crítica, así como reclamar al Estado más herramientas que refuercen la democracia y exigir a las empresas tecnológicas un mayor control de perfiles falsos, límites a la reproducción de mensajes masivos y más inversión en personal que filtre y contraste.

 

Recapitulo en corto: somos una sociedad tonta que sobrevive a los retos de nuestra era (la de la revolución tecnológica) cargándose de mentiras. De esta afirmación surgen dos derivadas. La primera, ¿hasta qué punto la tecnología es responsable de esta situación? Y la segunda, ¿hacía que destino incierto nos lleva esta errática navegación?

Vamos con la primera. La tecnología, pobrecita, no es buena ni mala. Me resulta aburrido repetir esta reflexión que se ha convertido en una suerte de mantra vital. La tecnología, el desarrollo tecnológico, los avances científicos representan lo mejor de nuestra tarjeta de presentación como seres racionales. La mejor enseñanza que se puede extraer de esa pandemia que prácticamente tenemos olvidada es la celeridad con la que se inventó, se produjo y se distribuyó una vacuna eficaz. Por el contrario, el peor momento fue cuando el presidente de los Estados Unidos de América invitó a sus ciudadanos a combatir el virus bebiendo un combinado tipo lejía para limpiarse por dentro. La tecnología no es mala. Nosotros la utilizamos mal. O simplemente, como lo de la lejía, la obviamos y abrazamos la más abyecta de las recomendaciones sin ni siquiera consultar al farmacéutico. Terrible.

Vamos con la segunda. ¿Hacia dónde vamos? Si tuviera que apostar diría que hacia un futuro mejor. Y no me he vuelto loco. A estas alturas de este pequeño relato sigo constatando que nos cuesta horrores salir de la caja. Pero para que la narración no sea oscura sobre negro, solo tengo que pensar en nuestra evolución como especie. Las hemos hecho de todos los colores. Nunca hemos protagonizado una evolución de patapúm parriba hacia la mejora general. Hemos sido más de embates y de recesos. De épocas brillantes y recesos tenebrosos, pero el balance general es que hemos ido a mejor. Quiero creer que eso sigue teniendo vigencia. Quiero creer que por cada diez capitanes del Costa Concordia, esos personajes pequeños e insignificantes que insisten en arrojarse que son la media-media de la sociedad, hay un capitán Sully capaz de aterrizar amenizando en las aguas congeladas de la existencia. 

Porque salir de la caja no es solo un ejercicio de racionalización, también demanda voluntad. Nadie nos va a sacar. Es cosa de cada cual. Un proceso de desintoxicación como otro cualquiera. Solo que en lugar de decir: hola, soy Xurxo y soy alcohólico arranca con: hola, soy Xurxo y he decido pararme a pensar. Aunque duela. Aunque cueste. He decidido pararme a pensar en medio de la inmediatez urgente de la mentira porque, por encima de todo, quiero ser un hombre libre. Nadie puede domar al destino. Todos podemos decidir cómo hacerle frente. Con mentiras y miedo. O con razón y voluntad. Y que le den a la caja.

 


 

Xurxo Torres es licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid. Cuenta con 35 años de experiencia profesional. Como periodista trabajó en medios como Atlántico Diario, RNE, Diario 16 de Galicia, TVE y La Voz de Galicia. Como consultor formó parte de los equipos directivos de Llorente & Cuenca y Sanchis & Asociados. En 2003 crea junto a Paula Carrera, su propia consultora: Torres y Carrera, que actualmente sigue dirigiendo. Es uno de los profesionales más premiados del sector: en 2018 la publicación americana PRNews lo incluyó en el Top50 mundial de los Game Changers of PR y suma seis GWA IPRA, considerados los premios Oscar de la profesión. Ha liderado diversos proyectos de investigación sobre temas como el impacto de la comunicación en el tejido productivo, el alcance de la revolución digital en los procesos de relación social o la génesis y desarrollo de los bulos. Como escritor tiene tres novelas publicadas (‘La noche americana’, ‘La niña del Mundo’ y ‘El Horizonte de la Reina’, ésta última coescrita con el periodista vigués Alberto Alonso) y tres libros de divulgación: ‘Comunicación y competitividad’, ‘En tiempo de dragones’ y el más reciente, ‘Un mundo de mentira’