por José Arribas
Lo reconozco, soy un enamorado de las almendras y de los clientes. Mi fugaz paso en los inicios de mi carrera profesional por un departamento de cuentas, tiene mucho que ver para que en mi agencia no tengamos ejecutivos ni directores de cuenta. Si importante es aprender de lo bueno, doblemente lo es de lo malo.
Aunque sigo en primera línea de batalla, llevo la relación con todos los clientes de la agencia desde un segundo plano, ya que siento que para el día a día lo más honesto, ágil y eficiente es que éstos tengan acceso directo al equipo y que puedan hablar en cada momento con los profesionales que estén gestionando sus proyectos.
Trabajar un único cliente por sector y ofrecer exclusividad es algo que se tendría que hacer por ética y por egoísmo. Por ética, porque difícilmente se puede hacer crecer a la vez a dos anunciantes que compiten en la misma categoría. Sólo hay una tarta y para crecer hay que comer de porción ajena. Por egoísmo, porque te permite trabajar para infinidad de sectores, algo que como creativo publicitario es divertidísimo.
Ahora, en un salto con tirabuzón como huida hacia adelante, los mismos de siempre andan tejiendo huecos discursos y cocinando indigestas papillas, proclamando a bombo y platillo a los anunciantes todo lo contrario. Argumentando la idoneidad de trabajar sin exclusividad y la viabilidad de prestar servicio estratégico y creativo simultáneamente a dos o más anunciantes competidores de una misma categoría. Vamos, un claro ejemplo de libro de “donde dije digo, digo Diego”.
Ayer recibí la llamada de una clienta cuya empresa es, entre otras cosas, la mayor productora mundial de almendras para preguntarme: "José ¿una campaña de un león anunciando tratamientos capilares es vuestra, verdad?". Positivo, le contesté ¿cómo lo sabes? le respondí. "Porque es una creatividad muy Parnaso", me afirmó.
“Lo que jamás puede hacer un cliente es otorgarle la autoría del producto creativo de una agencia a otra empresa. Eso además de ruin, es amoral y denota poco señorío”
Es cierto que en nuestros 18 años de trayectoria hemos cambiado a todo el equipo varias veces (la profesión es dura y Parnaso (yo) más), pero no menos cierto es que en estas casi dos décadas hemos logrado tener un identificable sello creativo propio a base de sacar trabajo sólido a la calle. Sello que todos los profesionales que se incorporan a la agencia hacen suyo y pelean por engrandecer.
Raro, súper raro es el día que no como un puñado de almendras. Afortunadamente, es muy infrecuente toparse con alguna amarga, pero inevitablemente, haberlas haylas como clientes indigestos.
Dicen los profesionales que en ocasiones es bueno alejarse para tomar perspectiva y distanciarnos para decidir mejor, para clarificar ideas antes de emitir una opinión. Yo hoy lo hago a 12.000 metros de altura en el número de vuelo VY2511 rumbo a Bilbao para realizar una presentación a un posible nuevo cliente.
Honestamente pienso que un anunciante está en todo su derecho de dejar que firmes o no los trabajos que realizas para su compañía. De reconocer o no públicamente la aportación de tu trabajo estratégico y creativo al progreso de su negocio. Pero lo que jamás puede hacer un cliente es otorgarle la autoría del producto creativo de una agencia a otra empresa. Eso además de ruin, es amoral y denota poco señorío tal y como canta Radio Futura "y esa que ves bailando ahora, quiere ser una señora, con un piso puesto, con un chalet, con piscina privada y un salón de té, un salón de té, un salón de té ¿con esa mala leche y un salón de té?".
Siempre he tenido claro mi lado de la moneda, por eso mi equipo va antes que cualquier cliente. Por eso en justicia a mi gente escribo estas letras, porque chavales, el trabajo estratégico, creativo y de programación que habéis desarrollado durante más de 6 meses es cojonudo con o sin firma, con o sin reconocimiento. Tranquilos, ya os digo yo que quien visite el sitio web y eCommerce sabrá perfectamente que es obra vuestra, nadie nos puede quitar nuestro sello creativo.
Hoy como todos los días a estas horas me voy a comer mi puñadito de almendras diario, confío en que no me toque ninguna amarga…