Liderar con estrés
18 de mayo de 2012
Hace unos meses tuve la ocasión de dar un curso sobre Gestión del Tiempo y del Estrés en una agencia de publicidad del sur de España cuyo temario, sobre la marcha, hubo que modificar en varias ocasiones. A pesar de haber impartido ese seminario en decenas de ocasiones, la situación con la que me encontré resultó totalmente nueva. Para la Dirección que había contratado el curso, no se trataba de controlar el estrés sino, básicamente y por simplificar, de crearlo.
Es bien sabido que existen profesiones en las que el estrés, objetivamente, es una de las condiciones naturales del trabajo cotidiano. Hay también posiciones de trabajo que conllevan dosis elevadas de tensión, especialmente en los tiempos que corren. Por otra parte, hay personas que de forma subjetiva generan y se autogeneran estrés más que otras, en circunstancias que pueden aparecer como idénticas al ojo extraño. Por último, algunos momentos o situaciones son propicios a las puntas de estrés.
Todos esos factores desembocan de forma ineludible en la incorrecta gestión del tiempo. En cascada, los efectos que se producen son la insatisfacción, la desorganización y la retroalimentación. Es un bucle en el que muchos profesionales de forma inconsciente se adentran y del que no es precisamente fácil salir.
Por su naturaleza, bastantes de las profesiones del sector de la publicidad son especialmente propicias a cultivar situaciones de este tipo. Por su organización, las agencias de publicidad tienden a generarlas, sobre todo, en las funciones de creatividad y de gestión de cuentas. La necesidad de mantener el estrés bajo control tendría que ser, pues, superior a otras profesiones de otros sectores de actividad. Si el estrés es bastante objetivo, hay que saber, cuando menos, convivir con él como factor intrínseco de las posiciones profesionales ocupadas y también de la personalidad de los individuos que suelen ocuparlas, ya de por si inquietos, jóvenes y reacios a la excesiva organización.
En el caso al que me refiero, desde el punto de vista del empresario, la estimulación del estrés resultaba ser un factor valorado como muy positivo hacia el incremento de la productividad. Es decir, el mensaje tradicional “organiza tu tiempo y evitarás el estrés” se transformó en: “te quiero un poco estresado continuamente porque, en esas condiciones de “alerta”, muestras mayor interés, trabajas con la continua sensación de competitividad, se alimenta tu creatividad, y, de paso, produces más”. Y, en primera instancia, eso es cierto en el tipo de personalidad al que nos referimos.
¿Del todo cierto? No. Esa vigilia continuada, también ineludiblemente, causa efectos colaterales fáciles de observar. El principal es que los profesionales se queman con celeridad. Tras un periodo inicial de entusiasta adhesión a la tarea, se produce el cansancio físico y psicológico que acaba desembocando en la incógnita, la perplejidad y el desapego. Las rotaciones de personal, en condiciones estables del mercado laboral, son anómalamente altas, aunque eso no suele preocupar a los empresarios quienes buscan continuamente innovación y savia nueva de creatividad. En ese sentido, un estilo que huele a darwiniano subyace en la política de Recursos Humanos asociada. Tarde o temprano, ese estilo acaba fagocitando todos los ámbitos de la organización y no por otro motivo podemos observar que la vida media de las agencias de publicidad de tamaño medio y pequeño, que tienen más de gabinete profesional que de empresa, es inferior a la de otros sectores de actividad, en especial cuando se trata de estructuras profesionales muy vinculadas en su cúspide al liderazgo carismático y a la competencia profesional muy elevada en promedio, ambos factores residentes en los mismos individuos. Cunas de éxito, seguro. ¿De largo recorrido? No tanto.
No podemos entrenar a un atleta como si continuamente estuviera en competición. Por el contrario, los grandes managers deportivos procuran inculcar en sus pupilos la habilidad de competir como si estuvieran entrenando. Se trata, a largo plazo, de ser capaz de saltar el domingo a un estadio, repleto de público excitado, tras agresivas campañas mediáticas previas, a jugar el partido del año contra el eterno rival como si estuviéramos entrenando durante la semana con los colegas del equipo, disfrutando de la actividad asignada. La experiencia demuestra que, a la larga, los resultados son mejores. Naturalmente, eso requiere de un justo equilibrio entre distintos niveles de objetivos y cada empresario o profesional ha de saber marcarse los suyos y elegir las pautas de conducta que les serán útiles para conseguirlos.
No es lo mismo proponerse ganar la Liga que proponerse ganar todos, absolutamente todos, los partidos que la componen. Probablemente, profesionales corrientes, como somos casi todos, que fueran sometidos a ese tipo de presión acabarían acumulando dosis de estrés y de desencanto que, a largo plazo, dañarían también los resultados obtenidos. Liderar ese equilibrio no es tarea fácil, no.